“Pensó escribir una historia de amor, pero nunca donde él fuera el protagonista”.1
En cada pasillo de la antigua Roma, los soldados con faldas vino tinto, sandalias con tiras de cuero más arriba de sus tobillos, pecheras de cobre al igual que sus cascos con una lanza en la coronilla, un escudo tallado por manos de metalúrgicos improvisados desde talleres arrinconados, lanzas y espadas como armas, marcaban con avisos las casas donde habitaban jóvenes no prometidos, orden que impuso el emperador tras ultrajar las costumbres y la cultura griega.
Con alforja en mano llena de pan de los trigales dorados de los campos fértiles, revuelta por quizás cuajada de los graneros para que fuera acompañada por chocolate, Aureliano se dirigió a casa de la mujer que tanto había soñado. Con indumentaria y alpargatas romanas, subió al carruaje que lo llevaba al destino pero que nunca lo dejó como había iniciado la historia. Con inesperada emoción y ningún otra sensación, doblo la última esquina a la izquierda, a más de veinte metros vio a el padre de la casa, una figura sentada a la que le sobresalía su bigote carismático, mientras más se acercaba su sonrisa aumentaba, de repente tiempo sin verlo lo acobijo, con un abrazo cálido y fuerte lo recibió, al lado de la puerta de la casa estaba pegado el anuncio y adentro moraba su princesa. Con licencia otorgada, al colocar el primer pie en la casa, su mirada se detuvo en las escaleras ubicadas frente a la puerta grande, inevitable destino del día, sentada sobre un peldaño de cerámica egipcia, apoyando sus codos al piso, vestida con tela y chaleco largo color agua marina que le hacía juego con sus sandalias que le dejaban al desnudo sus dedos, levanto su mirada y el la levanto al cielo.
Un abrazo fuerte basto para que a mil por hora las palabras se frenaran, la felicidad y amistad jugó un rol importante. Con grito por la llegada del visitante, Latifa aviso a su ejemplar madre la presencia del esperado. Sentado cerca a un cuadro parisino, después de entregar el presente, vio que de la nada salió el sol personificado, un sol que tenía los rayos y el esplendor en cabellos rizos, un sol que no sale por el oriente ni se esconde por el occidente, por sus tierna timidez sale y se oculta detrás de sonrisas. Aureliano como de costumbre intentaba jugar con el sol personificado, pues el sol le brillaba y no le daba calor, solo luz. En la espera, Latifa se acerco a la visita, sentado en la poltrona solo contemplo a una mujer que desde hace mucho conoció. – Vamos a caminar. Propuso Latifa, a lo que acepto, el verbo se ejecuto. Idea que naturalmente es ejercida pero en las calles romanas para ellos podría ser arma de doble filo. Sin nada más que decir, dos sombras los acompañaban, en las Ruas romanas, de repente como plan de niños sin rumbo fijo, una crema helada era el objetivo. Cuando se dirigían a una enorme tienda, con gran carpa, un mercado comercial, sus cuestiones, labores y preocupaciones apuntaban intercambiando papiros que hace rato no actualizaban, más allá de todo eso iba inmersa una gran alegría dentro del alma de Aureliano, que se notó a la hora de chorrear la crema helada de café importado de la India y vainilla dulce en su túnica, ni hasta mil papeles para limpiar, ni hasta clases de etiqueta y glamour griego podrían ayudar la manera nerviosa pero inocente de ingerir la crema. Entre sonrisas, pasos y miradas a los accesorios artesanales de la gran tienda, suposiciones se hacían acerca de las cosas que estaban expuestas detrás de las vitrinas, cual le gustaba a quien, cual le lucia y cual salía con su gusto por calzar tacones altos. Para ellos dos esa tarde recobraba vida, pues tras agitados días, esa tarde era distinta, desnudando la franqueza, salían de un túnel sin salida.
Con manchas de la crema, Aureliano precisaba limpiar su ingenua cursilería, sin agua en los estanques para mojar sus manos, agarro con delicadeza el brazo de Latifa, la llevó a una fuente de sabiduría universal, donde había agua potable para desmanchar y ningún soldado romano los podía vigilar. Recordaron momentos cortos e inolvidables, época de antaño insuperable. – Siempre me pregunto, ¿dónde hubiera dejado el temor a un lado? ¿Qué hubiera pasado con nosotros años atrás? Afirmó el sexo débil.
Preguntas sin respuestas, surgían de una torre. De repente las preguntas se responden con preguntas, dejando las respuestas en vano, suponiendo que el pasado es un tiempo que si se recuerda se vive dos veces. La tarde para ellos dos era suprema a la del resto del mundo, con poder desde la altura, observaban la arquitectura de la civilizada Roma, a miles de leguas alcanzaban a mirar la torre Pisa, con anhelo de Aureliano de escalar y contemplar la civilización desde el nivel más alto de la población. Exponiendo todos sus sensaciones, retomaron la idea de caminar para saber cuál sería la siguiente parada de la Rua.
El sol descendía a lo lejos, el ocaso traía las notas más lindas de la voz de Latifa, el receptor de esta bella melodía, moría a diario por escuchar sus palabras, Aureliano desde niño aprendió a escuchar antes que mamar de la teta de su mamá, así como Rómulo y Remo de su admirada criada. El atardecer humano les ofreció observar las acrobacias que ofrecían un grupo de bufones, gimnastas y artistas de las artes de la sincronización del baile. Típico de la cultura romana, el ejercicio y la preparación física expuesta como tributo al templo del alma, el cuerpo. Se abrió el telón para aquellos que gustaran de este arte. Amantes de la ciencia y críticos por excelencia, se ubicaron en primera fila, bebieron el líquido más preciado, primero para regular el dulce y segundo por rociar sus labios sedientos. Del acto artístico se regaron plumas por doquier, sorprendiendo a los dos espectadores, que con el recorrer de los minutos no esperaron ni el aplauso para marcharse y caminar por los alrededores del gran coliseo romano.
El coliseo inmenso e histórico, sus arenas más llenas de derrotas y sufrimientos que victorias, tenía las puertas cerradas pues las batallas campales de gladiadores con leones eran los domingos, se convertía en mítico testigo del día XII del II mes del calendario impuesto por Augusto el emperador. Sentada sobre una muralla aledaña al coliseo, Latifa fue víctima de un ataque de sorpresivas hormigas, ya que en tierras con matas ellas son las dueñas del territorio, aprovechando Aureliano rozo con las yemas de sus dedos la parte rojiza por las picaduras, quizás el ordeno buscar un dulce néctar y las hormigas encontraron yacimientos de dicho.
Las verdaderas historias de amor se conservan porque las parejas sienten, piensan y manifiestan dulcemente con miradas, el gesticular sobra en el acto de poder decir una frase amorosa con un efusivo beso. Desnudar, quitar botón por botón todo lo que sentían, fue algo inmaculado. Una sensación de libertad y expresión los abordo, el resto de la civilización e imperios fue tema de olvido. La amistad de estos dos se convirtió en un momento de verdadero amor, fueron amigos por años, eso bien lo entendían, el destino confesaba lo que sentían hace tiempo, la voz le temblaba a Aureliano, no sabía si correr o quedarse quieto, el tiempo los esperaba, la tarde los contemplaba, las caricias insertadas por dulces palabras flotaban en una atmosfera divina, ese día como nunca otro se declaro un sentimiento transparentemente mutuo.
Antes que saliera la luna, Latifa trazo una línea imaginaria, que al cruzarla unía dos corazones atados por un nudo de besos que sellaba el sentimiento de ellos. Aureliano, caballero por naturaleza, trataba de hacerse el ingenuo al tema, con esa línea metafórica, su corazón lo impulsaba a tomarla a besos, pero su conciencia sabía que las consecuencias de esa causa serian batallas por vencer, esta vez su corazón pudo más, sin avisar probo los labios de Latifa, cuando abrió los ojos, todo no era igual, la vio convertida en una bonita romana, llena de sueños y sedienta de lograrlos. De inmediato el lugar fue sagrado, niños romanos salieron a entrenar a las afueras del coliseo, como era debido ellos dos no podían ser vistos, pues la clandestinidad era su único refugio. – Quiero ir a un lugar alto, deseo Latifa. Sin opción alguna caminaron por un sendero lleno de pinos ubicado al oriente del coliseo.
La línea imaginaria se cruzó, una línea originada por una causa sentimental pura, con consecuencias no imaginadas, una línea que en un lado contenía sentimientos y en el otro convicciones, en un lado de la línea se despejaban felicidades, en el otro lado se cruzaban cables, una línea delgada al cruzar pero gruesa para saltar, esa línea Latifa y Aureliano la imaginaron, la trazaron, la cruzaron y por el resto de la vida nunca regresaron. En un lado de la línea existía la libertad, en el otro lado la clandestinidad. La gran Roma tenía reglas impuestas por viejas guardias que concentraban por tradición de la sociedad, sabían muy bien que ahora el tiempo, la ley y la paciencia eran aliados de sus sentimientos.
Desde esa tarde los besos se convirtieron en las nuevas palabras de cariño, abrazos en nuevas sonrisas, recordando su niñez en los pinos, Latifa sonreía como nunca, demostró su lado tierno y consentido, con besos se rieron e ilusionaron. Llegó la noche, con ella se apresuró la llegada al templo. Antes de marcharse, Latifa se inclinó sobre un borde, y dijo: - Ahora estoy en un lugar alto. Aureliano inferior en ubicación inclinó su cabeza al cielo y la vio, un farol decoraba un pasillo lleno de aromas de flores en zonas de campo, vieron, vivieron y sintieron el beso inaugurado por una mejilla, seguido de una caricia por la frente de ella, dirigido tiernamente a la otra mejilla, con nariz fría por la emoción y concluido en la boca, tan apasionado que quedó escrito en las ruinas históricas de la gran Roma.
Noche con toque de queda, ninguna pareja podía ser vista, de lo contrario el emperador ejecutaba castigos letales a los infractores, por lo tanto un carruaje fue abordado por ellos para llegar como si nada. En el carruaje las manos entrelazadas, de su bolsa sacó una pluma labial para pintar su boca, pero Aureliano tenía un borrador en sus labios, acompañados con euforia marcaban un hito importante de sus historias.
A los XIII días de la histórica fecha Aureliano fue emboscado, preso y expuesto en la plaza principal de la ciudad por soldados alineados al emperador, leyeron sus delitos por violación a las leyes y al toque de queda, por no confesar quien era la acompañante y cómplice. San Valentín de Génova, fiel y piadoso sacerdote, antes que fuera ejecutado por un verdugo inédito, subió a las tablas, le dio una bendición con su mano derecha, le entrego un blanco papel en el cual estaba plasmado un beso con tinta roja y un mensaje: “Para Aureliano, con el amor que habita en mi corazón. Latifa”.
Antes de suceder, Aureliano sonrió, se sintió orgulloso de Latifa y espero verla más allá, en la eternidad de Dios todopoderoso para vivir una vida sin clandestinidad, sin huir a los dos lados de la línea. Nunca restó valor a su gran belleza y cualidades, de esas cualidades y belleza agonizaba enamorado, pero ahora en la horca con las manos vacías estaba, la culpa los cobijo por querer enfrentar al destino. Pero al fin y al cabo cuando cruzaron la línea quedo pendiente algo, mojar el pan en el chocolate.
1 Inédito
Dedicado a: Henry J. Martínez. Su estilo cruel y diplomático me hace ver los momentos de la vida detrás de un escritorio de forma desemejante. Muchos ríen porque somos diferentes, pero nosotros podemos decir: ustedes son iguales. Gracias por su enseñanza, metodología sádica y sabia, no me causa horror, todo lo contrario, me produce carcajadas internas, cada quien y cada loco como usted con su cuento. Espero que no se le exploten los Sparkies, cuando le lleve siempre la contraria. Que mi Dios lo bendiga cuando usted este con o sin corbata. Gracias!