Dado que tenía cita médica en el
antiguo hospital González Valencia en horas de la mañana, me dirigí hasta allí
en bus para no llegar tarde y no recurrir a la multa aplicada. Al llegar a la
carrera 32 me encontré con un par de edificios altos y de color blanco, con tan
mala ubicación posicional que dude en cuál era el edificio de mi destino. Sin
pensarlo dos veces ingrese por la puerta principal donde un vigilante con
extrañeza me observo mas me dejo seguir sin novedad. Lo normal era la cantidad
de enfermeras sentadas en las escaleras del patio principal esperando su turno
de atención, los médicos tenían uniforme verde y algunos sus batas comunes.
Consternado por la desubicación opte por la pregunta necesaria y me acerque
hasta el ascensor donde un señor en una silla me ubico de inmediato, - Lo que
usted está buscando es en el quinto piso. Inmediatamente la manada me llevo
hasta allí, los pacientes de este edificio por lo visto eran muy jóvenes, los
pabellones estaban completos de practicantes de medicina, los consultorios eran
enormes y con más sillas que camillas, que cosa tan rara. Mirando el papel
donde tenía escrito el número de consultorio, el nombre de la doctora y la hora,
coincidió que ingrese a donde un letrero me guio: Facultad de medicina. Casi
que llego tarde, me reporte con la secretaria y muy amable me dijo: - Los cupos de atención
acá se agotaron, pero si desea lo pueden atender en despacho de la esquina.
Como el tiempo premia y la gripa eterna agobia fui hasta donde me indicaron. La
secretaria de este consultorio era más encantadora que ninguna otra, me entrego
un formulario el cual diligencie y me paso al consultorio de inmediato con la
doctora principal.
Era un consultorio diferente,
creí hasta cierto punto que la doctora era muy académica pues en las paredes
colgaban títulos por doquier. Con un estrechón de manos y sin darme oportunidad
de darle mis síntomas, me dio la bienvenida, a lo que me asuste y sorprendí
pues a simple ojo me diagnostico un grave padecimiento, me indico que me
encontraba en la mejor institución para mejorar ese mal, que por cierto creí
que era cognitivo, ya que inicio una ráfaga de preguntas de connotación escolar
que abarco mi intelecto y sin menos esperarlo me remitió a unos exámenes que
crei necesarios por la preocupación que me dejo la doctora.
Antes de presentar los exámenes,
debía consignar una suma alta de dinero para poder realizarlos, sin escrúpulos
y preocupado por mi estado de salud deposite el dinero en el banco más cercano
y de nuevo me acerque al edificio para los mencionados. En hojas de color verde
y blanco diligencie los exámenes y los entregue, me senté en la sala de espera
y a la media hora con cara de asombro la doctora me interno por 5 años en este
complejo.
Luego de cinco años internado,
salí por la puerta principal mire hacia la derecha y observe que el hospital
que estaba buscando hace tiempo estaba al lado del edificio en el cual me
interne por cinco años, y el edificio que pensé que era el hospital era la
Universidad Cooperativa de Colombia.
Las enfermeras eran de la
facultad de enfermería, los médicos eran veterinarios.
Que buena equivocación.
Que buena equivocación.