Atención, firmes!. Pelotón, la siguiente novedad relaciona la sospecha que en un cuartel se podía escribir una anécdota de un falso positivo amor, donde la alcahuetería motivada por la camaradería nos llevara vuelo directo en helicóptero a zona roja. En tiempo donde se prestó servicio militar y nunca no lo devolvieron.
Alojados en camarotes del contingente Santander, recién rapados dejando al descubierto las cicatrices trazadas sobre el cuero cabelludo, con indumentaria militar detallada por un rígido inventario diario, se combinaba una diversa mezcla multicultural de mañas, costumbres, alianzas y raponazos en horas militar. Lucumi, un afrodescendiente legalmente secuestrado cuando deambulaba sin trabajo a tempranas horas de la madrugada, era objetivo militar bombardeado por burlas, chistes e imitaciones por ser el único chocoano de ochenta reclutas.
Preparado para despertar a las cuatro de la mañana, contemplaba las tablas de madera del segundo piso del camarote que aún no estaba habitado, con el satélite activado sobre el alrededor de la cómoda por si algún intrépido raponero se atrevía a robar algún utensilio de aseo o personal, todavía no conciliaba con el sueño. Un gesto humilde y cortés basto para que imaginara que quien había preguntado en ese momento era Lucumi o Bubba y con una aceptación humilde le respondiera como Forest, ¿alguien duerme en el catre de arriba? No, pero corre corre que camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
Desde ese día en la minuta del contingente se registro una amistad, Lucumi se convirtió en el lanza favorito de la historia.
Como era costumbre mucho antes que el gallo cantara, que las trompetas interpretaran la diana, los roedores de dos patas estaban atentos para despojar la indumentaria color oliva o si arrastrados iban por el piso, un par de botas americanas. Dada la orden para tender la cama e ir corriendo a las duchas, regarse el cuerpo de agua a medias como baño de gato, tratar de afeitarse lo más rápido posible casi en un tiempo record sin utilizar crema o loción afeitadora, correr en pasillos húmedos y lisos se volvió una necesidad, pero punteo en ser de los primeros en uniformarse. Faltaba poco para la revista minuciosa del Sargento, cuando de repente faltaba la bota izquierda que tallaba 39; el sudor corrió por las espaldas, pues era víctima de un robo a medias, ahora como en la ley de milicia talibán ojo por ojo, diente por diente, antes que llegaran los demás se debía pagar con la misma moneda. Vaya detalle, de todas las cómodas, la única con candado rompible contenía un par de botas de talla 43. En la formación entonando el himno patrio y jurando bandera llevaba el pie izquierdo más adelante que el derecho.
En horas de almuerzo sobre el rancho, cantimplora y bandeja de aluminio luego de una extendida jornada física y táctica, estando compartiendo mesa con Lucumi cantando partes de vallenatos que hacían recordar la casa con memorables épocas, se acerco un superior para enunciar una orden, - recluta me han dicho que es el más preparado en oficios de oficina, de ahora en adelante llevara el portafolio y la máquina de escribir.
Ese era el quehacer esperado, pues libraba de todo compromiso de aseo, guardia, vigilancia, formación, exigencia física, emocional y daño psicológico. Se corrió el comentario de camarote en camarote pues desde ese momento el oficinista estaba blindado. Diariamente los resultados de la redacción pronta, acompañado por la atención inmediata y atenta, fueron ganando el aprecio del Teniente, hasta tal punto que desde el presente otorgo un arma para que fuera de su grupo de seguridad.
Mientras tanto el contingente Santander se revolcaba en el lodo de los campamentos de las montañas, poco dormían consecuencia de los castigos a los que eran sometidos por desobedecer órdenes, Lucumi no agachaba cabeza, siempre lideraba el grupo de los valientes aplicados.
Con la conmemoración del día de la independencia, la máquina que otorgaron desde un inicio para redactar cartas, había gastado todo el rollo de tinta, mensajero para enviar los comunicados a todos los departamentos administrativos no existía, la logística del evento necesitaba más asistentes, a lo que el Teniente concedió una propuesta que cambiara el rumbo de la historia, - Soldado, elija un asistente para que le colabore, que sea de su contingente. Sin pensarlo dos veces, pronunció el moreno apellido, - Permiso para hablar mi Teniente, el indicado es Lucumi.
Las felicitaciones posteriores por la buena labor desempeñada llegaron, gran parte de las funciones le correspondían al superior que tomando Old Parr a eso de las 19:00, otorgo a la dupla de tinterillos un día de permiso pero sin antes invitarlos a una exquisita comida en su morada.
Nunca se había visto a Lucumi vestido de civil, tampoco se había visto nervioso al ver a la que sería el tormento de su vida como militar, la hija del Teniente. Desde entonces aprendió el arte de la mecanografía con dos fines, el primero tratar de echarse al bolsillo al Teniente y el segundo redactar las cartas con su vocabulario lírico pacífico para la hija prohibida.
De un momento a otro los roles se iban cambiando, el real redactor de cartas oficiales y formales se convirtió en el mensajero del nuevo redactor, Lucumi, ahora solo se la pasaba delirando por esperar una respuesta. Mariana, en un principio rechazaba todo mensaje emitido, pero desde que empezó a leer sus cartas se enamoro. Entre la oscuridad del jardín, el mensajero tenía un silbido que lo identificaba, con tres tonos agudos, salía ella de la casa fiscal a recibir el sobre, devolviendo en una bolsa de papel dulces, chocolates, raspa de arroz o sobras de comida y uno que otro poema, de lo que llegaba a Lucumi solo el poema, con eso llenaba barriga y corazón.
En menos de quince días la hija menor del Teniente, la misma hermana de Mariana, celebraba el segundo sacramento de la iglesia católica, a lo que requerían meseros para el festín. El único mesero negro con bata blanca era Lucumi, blanco por fuera, negro por dentro, la injusticia de la vida, era más blanco por dentro que el mismísimo color de su dentadura; repartía copas hasta los guardias con el fin de vaciar la bandeja e ingresar a la casa en búsqueda de su negra dorada blanca, con señas envueltas en gestos comunicaba que la esperaba detrás de la casa para demostrarle que un esclavo podía amar con cadenas de pasión, Mariana temerosa corrió con la adrenalina que le traspasaba la sangre a su corazón a una parte de la cual no hay descripción.
De las reglas penalizadas en el ejército, una de la más importantes es siempre llevar consigo responsable y cuidadosamente el arma de combate con su respectiva munición, tanto así que un simple descuido de la misma ocasiona una condena militar carcelable. El Teniente con su orgullo más tragos encima, extrañó la presencia del Whisky, por consiguiente se dirigió a la cocina en búsqueda de la persona encargada del reparto, pero al no percatar la presencia, observa la bandeja con las copas llenas, al levantar la bandeja encuentra una carta imprenta dirigida a su hija Mariana, la cual relataba detalle a detalle la historia de amor de su hija con un raso. La bandeja se convirtió en una descuidada arma.
A las dos de la madrugada el Teniente preparo una improvisada corte penal militar en plena pista de entrenamiento, Lucumi confesó por el bien de ellos dos las pinceladas y pormenores del inocente delito, así como su cómplice que a partir de la fecha entregó la oficina con todas sus garantías. En el primer vuelo a la zona roja de Tame situada en la temible Arauca, lugar donde la primera noche dieron la siguiente advertencia: - Aquí se duerme con un ojo abierto y el otro cerrado. A lo lejos se escuchaban ráfagas y no de las teclas de la máquina de escribir. Mariana contó con más suerte, fue enviada a iniciar sus estudios universitarios a los Estados Unidos. Desde entonces en el árbol situado en la casa fiscal del Teniente, existe un tallado en el tronco que titula: “Enséñame a ver la vida sin régimen, y no como tú me lo ordenas”.
Dedicado a: Nelcy Ramírez Castro. Mita, eres una gran mujer en toda la extensión de la palabra, en todo el tamaño de tu cuerpo, vales más de lo que pesas por lo que te admiro ya que tienes contigo tres minas de oro puro. Siempre recordare tu carcajada que resuena como un eco interminable en mi mente en los momentos de aburrimiento. Gorda bella, verde y querida, te quiero desde el primer momento en que te vi con mochila arhuaca llena de recuerdos y sueños. Que Jehová siga iluminando tu arquitectónica existencia.